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«Nuestra conversión sacerdotal bajo la mirada bondadosa del Pueblo de Dios»

Párrafos de la Carta Pastoral de nuestro Padre Obispo Jorge Eduardo Scheinig, dirigida a toda nuestra Iglesia de Mercedes-Luján, pero muy especialmente a los sacerdotes.

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Comienza expresando el Arzobispo que «Es evidente que todo el mundo, toda la humanidad, todas las personas, estamos atravesando un tiempo histórico de cambios que no sabemos hacia dónde se encaminan. La pandemia y ahora el horror de la guerra han agudizado la conciencia de un planeta frágil y de la vida amenazada. Estamos muy lejos de alcanzar un mundo que ofrezca iguales y fundamentales oportunidades para el desarrollo de todas las personas.»

«Es verdad que los sacerdotes estamos hoy, muy expuestos a la crítica, porque se hacen visibles nuestras fragilidades e incoherencias. El tema de los abusos a menores, es un dolor y un peso enorme que afecta a todos y de un modo especial a los sacerdotes. Debemos saber llevar con inmensa humildad la carga de semejante atrocidad y pecado.»

«Hoy los clérigos estamos a “la intemperie”. Somos personas públicas, miradas, demandadas y exigidas a una vida coherente y auténtica, y no está mal que así sea, pero por momentos, puede faltar cierta comprensión a que una vida así, se alcanza en camino, en un necesario proceso de crecimiento que lleva su tiempo y que también implica tropezarse, caerse y volverse a levantar muchas veces.»

Agrega Mons. Jorge Eduardo que «Todos los sacerdotes cuando hemos sido llamados, hemos experimentado ese amor primero, tremendo y fascinante, que nos llevó a dejarlo todo. Pero es posible que en muchos momentos ese amor fuerte se enfríe y deje paso a la autoreferencialidad, al narcisismo, la mundanidad, las rigideces, el mal uso o abuso de poder, como una afirmación de mí mismo frente a los demás. Nuestro ego aumenta tanto que ensombrece al Tu de nuestro amor y pasamos a ser la medida de todo y de todos. El mal trato hacia los demás es una expresión de ese ego agrandado. Jesús y su Evangelio va desapareciendo del horizonte de nuestras vidas, y aparecemos más nosotros mismos. Nos predicamos, nos ponemos en el centro, hablamos más de nosotros que de Él.»

Finaliza diciendo que «En definitiva, la conversión no es por obligación. La conversión es una invitación de amor que nos hace el mismo Señor que no busca otra cosa que nuestra bienaventuranza, nuestra plenitud de vida personal y la de todos. La conversión es un llamado a la santidad. Estoy convencido que un sacerdote y pastor, bueno y auténtico, al modo de Jesús y de la Iglesia del Concilio Vaticano II, es una persona que hace mucho bien a la Iglesia toda, a la comunidad parroquial, a la sociedad y allí donde se encuentre.»

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