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La deuda externa y las deudas sociales
La Comisión Episcopal de Pastoral Social considera oportuno en este tiempo recordar las expresiones del Papa Francisco en su encíclica social, la carta Laudato Sí, respecto de la estrecha conexión que existe entre la justicia para los pobres, la solución de los problemas estructurales de la economía mundial y la protección del medio ambiente.
La Comisión Episcopal de Pastoral Social considera oportuno en este tiempo recordar las expresiones
del Papa Francisco en su encíclica social, la carta Laudato Sí, respecto de la estrecha conexión que
existe entre la justicia para los pobres, la solución de los problemas estructurales de la economía
mundial y la protección del medio ambiente. En este sentido, es necesario corregir los modelos de
crecimiento que son incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente, la acogida de la vida, el
cuidado de la familia, la equidad social, la dignidad de los trabajadores, los derechos de las
generaciones futuras.
En nuestra Patria se presenta hoy el renovado desafío de atender la deuda pública, pero sobretodo
las deudas sociales. La Iglesia en su solicitud pastoral no ha ignorado este problema, ya que afecta a
la vida de muchas personas, señalando en varias oportunidades que las obligaciones emergentes de
situaciones creadas por la deuda externa no pueden y no deben soslayar la mirada ética respecto de
los compromisos con la deuda social que nacen, precisamente, de un orden económico que ha
privilegiado la especulación financiera por encima de la producción y el trabajo digno.
No es un tema nuevo. Ya en el año 2000, en medio de la mayor crisis de la historia reciente de nuestro
país, San Juan Pablo sostenía que “la situación social hoy es crítica y la carga del endeudamiento
hace que el margen de acción del Estado se vea fuertemente limitado por las obligaciones que
deberán pagarse en los próximos años”. Advertía entonces que “los países pobres se encuentran aún
en un círculo vicioso: las rentas bajas y el crecimiento lento limitan el ahorro y, a su vez, las reducidas inversiones y el uso ineficaz del ahorro no favorecen el crecimiento”.
Hoy vuelve a plantearse en nuestro país el dilema de pagar sobre el hambre y la miseria de millones
de compatriotas o buscar un camino que, sin dejar de honrar las deudas, anteponga el crecimiento
de la economía, el equilibrio de las cuentas públicas y la atención de los más necesitados antes de
hacer frente a los compromisos de la deuda. La deuda social es la gran deuda de los argentinos, no
se trata solamente de un problema económico o estadístico. Detrás de las estadísticas hay rostros e
historias de sufrimiento y lucha por sobrevivir. Es principalmente un problema ético que nos afecta
en nuestra dignidad más esencial.
Por eso estamos hablando de poner en el centro de la discusión la dignidad humana. Pensando en el
bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen
decididamente al servicio de una vida decorosa para todos.
Deseamos que al abordar el tema de la deuda externa, nuestra Patria se asuma como protagonista
de su propia suerte para definir el propio desarrollo cultural, civil, social y económico, de modo de
poder construir y afianzar un modelo que tenga como eje central la producción y el trabajo. Como en
su momento sostuvo la Comisión Pontificia de Justicia y Paz: “El servicio de la deuda no puede ser
satisfecho al precio de una asfixia de la economía de un país.”
Para ello es necesario promover una nueva cultura política solidaria tanto en lo interno como en el
ámbito de la cooperación internacional. La constrLa deuda externa y las deudas sociales
La Comisión Episcopal de Pastoral Social considera oportuno en este tiempo recordar las expresiones
del Papa Francisco en su encíclica social, la carta Laudato Sí, respecto de la estrecha conexión que
existe entre la justicia para los pobres, la solución de los problemas estructurales de la economía
mundial y la protección del medio ambiente. En este sentido, es necesario corregir los modelos de
crecimiento que son incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente, la acogida de la vida, el
cuidado de la familia, la equidad social, la dignidad de los trabajadores, los derechos de las
generaciones futuras.
En nuestra Patria se presenta hoy el renovado desafío de atender la deuda pública, pero sobretodo
las deudas sociales. La Iglesia en su solicitud pastoral no ha ignorado este problema, ya que afecta a
la vida de muchas personas, IIseñalando en varias oportunidades que las obligaciones emergentes de
situaciones creadas por la deuda externa no pueden y no deben soslayar la mirada ética respecto de
los compromisos con la deuda social que nacen, precisamente, de un orden económico que ha
privilegiado la especulación financiera por encima de la producción y el trabajo digno.
No es un tema nuevo. Ya en el año 2000, en medio de la mayor crisis de la historia reciente de nuestro
país, San Juan Pablo II sostenía que “la situación social hoy es crítica y la carga del endeudamiento
hace que el margen de acción del Estado se vea fuertemente limitado por las obligaciones que
deberán pagarse en los próximos años”. Advertía entonces que “los países pobres se encuentran aún
en un círculo vicioso: las rentas bajas y el crecimiento lento limitan el ahorro y, a su vez, las reducidas inversiones y el uso ineficaz del ahorro no favorecen el crecimiento”.
Hoy vuelve a plantearse en nuestro país el dilema de pagar sobre el hambre y la miseria de millones
de compatriotas o buscar un camino que, sin dejar de honrar las deudas, anteponga el crecimiento
de la economía, el equilibrio de las cuentas públicas y la atención de los más necesitados antes de
hacer frente a los compromisos de la deuda. La deuda social es la gran deuda de los argentinos, no
se trata solamente de un problema económico o estadístico. Detrás de las estadísticas hay rostros e
historias de sufrimiento y lucha por sobrevivir. Es principalmente un problema ético que nos afecta
en nuestra dignidad más esencial.
Por eso estamos hablando de poner en el centro de la discusión la dignidad humana. Pensando en el
bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen
decididamente al servicio de una vida decorosa para todos.
Deseamos que al abordar el tema de la deuda externa, nuestra Patria se asuma como protagonista
de su propia suerte para definir el propio desarrollo cultural, civil, social y económico, de modo de
poder construir y afianzar un modelo que tenga como eje central la producción y el trabajo. Como en
su momento sostuvo la Comisión Pontificia de Justicia y Paz: “El servicio de la deuda no puede ser
satisfecho al precio de una asfixia de la economía de un país.”
Para ello es necesario promover una nueva cultura política solidaria tanto en lo interno como en el
ámbito de la cooperación internacional. La construcción de la paz sólo es posible tomando plena
conciencia de la interdependencia entre ricos y pobres, que permitan alcanzar determinadas metas
de progreso y desarrollo.
El endeudamiento ha sido utilizado por los organismos internacionales para imponer un modelo
económico y cultural que ha incrementado la pobreza, el desempleo y la desigualdad social, al mismo
tiempo que ha contribuido a la explotación y el abuso de nuestra casa común.
El Papa Francisco ha señalado que “en un mundo y en una región en particular en la que mientras
las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más
lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la
autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de
control de los Estados, encargados de velar por el bien común”.
Por todo ello, instamos a que se profundicen acciones que se sustenten en la ética de la solidaridad,
de la educación y el diálogo social, anteponiendo el encuentro sectorial, el trabajo argentino, la
dignidad de las familias y el crecimiento económico. Un modelo basado en la producción y en la
economía social, como condiciones imprescindibles para una economía con rostro humano que, a
partir de saldar la deuda social, pueda honrar sus compromisos con la deuda externa privilegiando la
protección de los más vulnerables.
Comisión Episcopal de Pastoral Social
2 de enero de 2020
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