“La Verdad brotará de la tierra”

Un día como hoy, 20 de junio, pero de 1820, Belgrano moría en la pobreza total, atacado por una agobiante enfermedad en una Buenos Aires asolada por la guerra civil que llegó a tener ese día tres gobernadores distintos. Antes de morir, exclamó: “Pienso en la eternidad, adonde voy, y en la tierra querida que dejo…”. Murió en silencio, acompañado de unos pocos afectos y, prácticamente, en el total desconocimiento. El único periódico que se ocupó de su muerte fue “El Despertador Teofilantrópico”, dirigido por un sacerdote, el P. Castañera. Para los demás no fue noticia.

Conmemorándose el día de la Bandeara en honor a su entrega, y a 200 años de su partida física, nos queda un exquisito testimonio de vida de un hombre que ha sabido conjugar de modo claro su fe católica con su ardor patriótico, su amor a Dios con su amor a todos los hombres de este bendito suelo argentino. Nos queda como emblema de su legado el símbolo patrio por excelencia, nuestra bandera albiceleste. La Bandera que, como estandarte de la paz y la justicia que anhelan los pueblos libres, hoy nos sigue interpelando en este duro camino de la unidad y la libertad que, como Nación, seguimos construyendo, privilegiando a los pobres y haciendo del perdón una virtud.

La sabiduría bíblica, ya desde los clamores veterotestamentarios, reconoce en la memoria una fuente inagotable de encuentro con Dios. Evocar aquellas experiencias en las que Dios había intervenido de modo especial para liberar al pueblo, alimentaba la esperanza en los momentos de algidez y desconcierto. El Salmo 85 reza diciendo “la verdad brotara de la tierra…” expresando así la necesidad urgente de volver a hacer memoria como pueblo joven de aquellos acontecimientos en los que Dios intervino de modo favorable por nosotros suscitando en el corazón del pueblo a hombres leales, fieles y fervorosos capaces de encontrar a Dios presente en el devenir de la Historia.

Volver a pensar y meditar la figura de Belgrano hoy nos puede traer luz y esperanza, aun en estos tiempos de pandemia donde estamos a merced de fuerzas que nos supera. Esta es una nueva oportunidad para recrear nuestra vida a la luz de la fe, conscientes del doble compromiso que supone trabajar por el bien común y ponernos de cara a Dios para suplicar su misericordia para con nosotros. El Papa Francisco, en su bendición “Urbi et Orbi” del 27 de marzo de este año, dejo en claro que esta crisis humanitaria mundial ha dejado al desnudo nuestras fragilidades, lo que supone una nueva oportunidad de conversión y vuelta a Dios.

Este valor supremo de poner la vida y las obras en manos de Dios fue uno de los testimonios más conmovedores de Belgrano: hombre agradecido a Dios y a la Virgen, a quienes atribuye el triunfo en la batalla de Tucumán el 25 de septiembre de 1812, “por los favores que mediante su intercesión nos dispensó el Todopoderoso”. Y, por ello, como gratitud ofrece las banderas tomadas del ejército realista de Lima para el templo de Nuestra Madre y Señora de las Mercedes, en la actual localidad de San Miguel de Tucumán. Como no pudo celebrarse la festividad de la Virgen de las Mercedes a causa de la batalla, los festejos se realizaron un mes después con una solemne procesión religiosa con todo el ejercito triunfante y es allí donde Belgrano entregó su bastón de mando a Nuestra Señora de las Mercedes, nombrándola Generala del Ejército y Patrona de la Libertad de América.

“…la verdad brotara de la tierra…” (Sal 85,12), si somos un pueblo agradecido capaz de actualizar el legado de hombres como Belgrano, hombre de fe, leal, luchador y humilde, honrando la Bandera con todo lo que ella simboliza, buscando la unidad y la paz, resolviendo los conflictos a través del dialogo y, sobre todo, sabiéndonos poseedores de la profunda verdad por la que él lucho: la tierra solo será libre el día que los hermanos nos respetemos y amemos, como hijos de una misma tierra, como hijos de un mismo Padre.
Sebastián Ríos
Diácono y profesor de historia