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A 200 años de la muerte de Manuel Belgrano, Felipe Pigna nos da siete claves para conocer a “uno de padres fundadores de la Argentina”

“Nuestro país no sería el mismo sin él”, afirma el escritor y profesor mercedino, quien pinta de puño y letra al ‘otro’ don Manuel.

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En el Año Belgraniano, a dos siglos de su muerte y poco después de cumplirse el cuarto de siglo de su nacimiento, nuestro convecino Felipe Pigna (61) indaga en los aspectos menos conocidos de uno de los grandes próceres del país. ¿Quién y cómo fue aquel porteño culto, innovador y patriota, más allá de haber sido el legendario creador de la bandera nacional? En primera persona, los siete aspectos de uno de los padres de nuestra Patria, “que no debemos olvidar”, según el destacado historiador argentino.

“Nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. Sus padres eran Josefa González, criolla, y Domingo Belgrano y Peri, comerciante genovés. Estudió en el Colegio de San Carlos. A los 16 años lo enviaron con su hermano Francisco a España, para que estudiara ciencias vinculadas al comercio en la Universidad de Salamanca. A Manuel le interesaban más los libros de derecho, economía y política, y optó por la carrera de Leyes, recibiéndose de abogado y diplomándose con medalla de oro. Por su dominio del francés, el italiano y el inglés, y gracias a un permiso especial del Papa en mérito a sus excelentes calificaciones, pudo leer textos de autores entonces prohibidos por la Iglesia, como Rousseau, Montesquieu, Voltaire, Adam Smith, Jovellanos y Filangieri”.

Sus ideas económicas apuntaban a fomentar la industria y modificar el modelo de producción vigente. Desconfiaba de la riqueza fácil que prometía la ganadería, ‘porque da trabajo a muy poca gente, no desarrolla la inventiva, desalienta el crecimiento de la población y concentra la riqueza en pocas manos’. Belgrano se interesó particularmente por la teoría económica fisiocrática, que ponía el acento en la tierra como fuente de riqueza, y por el liberalismo de Adam Smith, quien en 1776 había establecido que la fuente de riqueza de las naciones residía fundamentalmente en el trabajo de sus habitantes. Belgrano pensó que ambas doctrinas eran complementarias. En un artículo publicado en El Correo de Comercio escribía: ‘Ni la agricultura ni el comercio serán suficientes para establecer la felicidad de un pueblo si no entrase a su socorro la oficiosa industria’”.

En un mundo machista donde la mujer quedaba relegada a las tareas domésticas y a las de trabajadora mal remunerada y peor tratada que sus compañeros varones, Belgrano fue un pionero en la defensa y dignificación de la condición femenina, comenzando por su derecho inalienable a la educación. Entendía que ‘por desgracia, al bello sexo que debe estar dedicado a sembrar las primeras semillas lo tenemos condenado al imperio de las bagatelas y de la ignorancia, a pesar del talento privilegiado que distingue a la mujer y que tanto más es acreedora a la admiración cuanto más privado se halla de medios de ilustrarse (…) La mujer es la que forma en sus hijos el espíritu del futuro ciudadano‘, repetía. “De manera que una mujer ignorante es una generadora de ciudadanos retardados, poco productivos e incompetentes.

“Entendió que la principal herramienta de cambio y progreso para una sociedad es la educación, y dedicó notables piezas periodísticas para instalar como prioridad, en la clase dirigente, la necesidad de extender los beneficios de una educación de calidad para todos. Escribía en 1798 el primer proyecto de enseñanza estatal, gratuita y obligatoria: ‘¿Cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que haya ciudadanos honrados y que las virtudes ahuyenten los vicios, si no hay enseñanza y la ignorancia va pasando de generación en generación?’. Cuando la Asamblea del Año XIII decidió premiar a Belgrano por sus notables triunfos en las batallas de Tucumán y Salta, donó al Estado esos 40.000 pesos –una fortuna para la época– para la construcción de cuatro escuelas en distintas partes del país. Lamentablemente su iniciativa nunca se llevó a cabo”.ra una nación moderna”.

“Podemos afirmar, no por un interés especial en desmentir la versión que en un tiempo lo ‘acusaba’ de ser homosexual, sino por apego a la verdad histórica, que Belgrano era heterosexual y tuvo dos grandes amores. Uno de ellos con María Josefa Ezcurra. Cuando se hace cargo del Ejército del Norte, ella lo acompaña por Salta, Tucumán y Jujuy, y en julio de 1813, fruto de este amor nacerá Juan en Santa Fe. Años más tarde Manuel se enamoró de la bella tucumana María Dolores Helguera. Quiso casarse con ella, pero los trajines de la guerra lo alejaron de su amor. Los padres de Helguera la obligaron a contraer matrimonio con otro hombre al que ella no amaba y que al poco tiempo la abandonó. Finalmente Belgrano y María volvieron a encontrarse. Sin casarse, ya que por entonces no había divorcio, de la relación nació Manuela Mónica en mayo de 1819″.

“Belgrano fue un pionero de la ecología cuando esa palabra no figuraba en el vocabulario de políticos y funcionarios. Se preocupaba de que la tierra estuviera equitativamente repartida, y además aconsejaba, por ejemplo, que no se dejara en barbecho, pues ‘el verdadero descanso de ella es la mutación de producción‘. Señalaba el sistema que se usaba en aquel tiempo en Alemania, que hacía de los curas párrocos verdaderos guías de los agricultores: enseñaban las prácticas más adelantadas. Belgrano, el más católico de nuestros próceres, entendía que eran funciones esenciales de los curas, ‘pues el mejor medio de socorrer la mendicidad y miseria es prevenirla y atenderla en su origen’. Proponía trasladar la experiencia europea de otorgar recompensas a quienes emprendían nuevas plantaciones, entregando “un premio por cada árbol que se da en un tanto arraigado”.

“En enero de 1820 partió a su última misión: pacificar Santa Fe. Pronto debió abandonar y marchar a Buenos Aires por motivos de salud. Solicitó al gobierno una parte de los trece mil pesos que le adeudaba en sueldos atrasados. Le reconocieron una cifra miserable. Ya no le quedaban objetos para vender y a su médico, el doctor Redhead, le pagó con su reloj. Murió a las 7 AM del 20 de junio. En plena guerra civil, ese día la ciudad tuvo tres gobernadores y nadie notó su partida. Sus últimas palabras fueron: “Espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajen para remediar sus desgracias. Ay, Patria mía”. Sólo un diario, El Despertador Teofilantrópico, dio la noticia: ‘Es un deshonor a nuestro suelo, es una ingratitud que clama el cielo, el triste funeral, pobre y sombrío que se hizo en una iglesia junto al río, al ciudadano ilustre General Manuel Belgrano‘. Sus restos descansan en el atrio del Convento Santo Domingo (Basílica Nuestra Señora del Rosario). Una escultura los precede, en Defensa 422 esquina Belgrano”.

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