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El Arzobispo habló a los docentes en este tiempo de pandemia

La imposibilidad de reunirse físicamente y a su vez la necesidad de encontrarse para romper el aislamiento que encapsula y no deja ver a quien camina al lado, motivó a la Junta Regional de Educación Católica del Arzobispado de Mercedes-Luján (JUREC) a coordinar un espacio virtual para hacer posible este encuentro fraterno.

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El 5 de agosto de 2020, más de 500 docentes de distintas latitudes de la Arquidiócesis de Mercedes-Luján tuvieron cita de manera virtual convocados por el Arzobispo Metropolitano, Mons. Jorge Eduardo Scheinig, para compartir juntos un momento de reflexión titulado “La fuerza de la esperanza. Docentes con olor a tierra fresca”.

La imposibilidad de reunirse físicamente y a su vez la necesidad de encontrarse para romper el aislamiento que encapsula y no deja ver a quien camina al lado, motivó a la Junta Regional de Educación Católica del Arzobispado de Mercedes-Luján (JUREC) a coordinar un espacio virtual para hacer posible este encuentro fraterno.

Nos dicen los miembros de la JUREC que el mensaje del Arzobispo estuvo centrado en el clamor a “cuidar la Esperanza”. Una Esperanza que trasciende el plano humano, psicológico, para asumir también lo religioso y espiritual. Este regalo fundamental que todo ser humano posee no puede olvidarse ni perderse. Debemos poner atención a los tiempos que vivimos, tiempos difíciles, en donde “la esperanza está en jaque”. Estamos llamados a cuidar este tesoro valioso.

El miedo, la perplejidad, y el desconcierto atentan contra la esperanza. Éstas características propias de nuestro tiempo hacen dudar hasta la esperanza más humana. Y en la raíz de estos estados del ánimo, está la angustia y la inseguridad y por eso una de las reacciones que tenemos es querer controlar, dominar las situaciones y circunstancias de la vida.

Acostumbrados a contemplar y vivir en los ciclos, cuando algo lo rompe y lo saca del eje, causa inestabilidad y lo que considerábamos como normal, como seguro, ya no lo es. Esto nos puede llevar a reflexionar si no vivimos como en una esperanza automatizada, la expresión “siempre que llovió paró” ya no es tan así. Las seguridades en las que creímos estar afirmados ya no están ahí. Nosotros esperábamos que las cosas salgan según nuestros paramentos, pero no siempre es así.

Esperamos y queremos, muchas veces desde un modo pasivo, que las cosas cambien, que la trasformación deseada se dé solo en lo externo. No asumimos el compromiso de que somos parte del cambio. No podemos ser espectadores de la vida. Las circunstancias que nos tocan pasar son una oportunidad para que también yo haga cambios significativos.

Aquí aparece la Esperanza cristiana. En la experiencia de la propia limitación, que nos acerca a Dios, brota la Esperanza que viene de Dios como Gracia, más plena, más fuerte. No esperamos que las cosas solo cambien o mejoren, ahora esperamos en el Amor, en Dios, que ocurra una real transformación, por la fuerza de ese Amor de Dios y no sólo por nuestras propias fuerzas.

En esta experiencia de confianza y espera, en Alguien y ya no, sólo en algo, aparece el educador. Aquel que como tierra fresca es capaz de contener y potenciar la vida que llega, que cae como la semilla de la mano del Sembrador, y que se acepta como viene. “Los educadores son tierra fresca y fértil capaz de dar algo fundamental para que se desarrolle la vida”. Hay una química especial entre estos dos elementos, la tierra que recibe y la semilla que lleva el potencial de la vida, y ambos combinan una transformación espectacular. Es necesaria la semilla llena de vida y la tierra llena de nutrientes. Ese encuentro es sagrado.

En estos tiempos de profunda deshumanización, donde se le quita la calidad y el sentido a la vida, tenemos la vocación, el llamado, a ser portadores de Esperanza, protectores de este fuego que permite dar luz y calor cuando todo parece oscuro y frío.

La educación como muchas otras cosas está en estado de emergencia. Hoy más que nunca cobra relevancia el aporte que debemos seguir dando a nuestras niñas, niños, jóvenes y a sus familias. El mensaje es que “vale la pena vivir esta vida, que la confianza no está en que las cosas pasen, sino en ser protagonistas del propio tiempo, del ahora”. Seremos nosotros los que asumiendo este compromiso podremos iniciar esta verdadera transformación integral, que estamos llamados a ser en la presencia de nuestro Dios, el Señor de la Historia, el Señor de mi propia historia.

La JUREC, en nombre de todas las comunidades educativas, agradece las palabras del Arzobispo Mons. Jorge Eduardo Scheinig, ya que no es fácil en estos tiempos digitales demostrar cercanía. Consideran que su mensaje sencillo y profundo motiva y anima a seguir caminando juntos, a no sentirnos solos en esta noble tarea de recibir y cobijar la Vida como viene.

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