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Homilía del Arzobispo Mons. Jorge Eduardo Scheinig con ocasión de la celebración del Te Deum en el día de la Independencia

«…Sin embargo, por momentos parecemos un pueblo a la deriva, sin un rumbo común y concreto. Perdemos demasiadas energías en divisiones y enfrentamientos estériles», expresó en un párrafo de su alocución.

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Te alabamos Dios nuestro porque nos has bendecido haciéndonos un pueblo, una Patria, una Nación, tan llena de dones y de personas buenas. Gracias porque siempre has estado haciendo historia con nosotros. Nunca nos has dejado sólos.
Desde aquí, desde esta catedral y en nombre de muchas y muchos hermanos, deseamos darte gracias por todo lo vivido y también, por todo lo que tendremos que vivir juntos como hermanos.

Así mismo, el texto del Evangelio que acabamos de proclamar (Lc. 9, 51, 57-62), nos invita a seguir creciendo en lo personal y en lo colectivo. Nos dice que Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén que es el lugar de su Pascua, de su muerte y resurrección. Jesús va a entregar totalmente su vida confiando en que, en ese acto de Amor se abrirá una puerta que hasta allí estaba cerrada y engendraba la muerte para todos. Su entrega hace posible que esa puerta se abra hacia la Vida, hacia la Verdad, la Justicia, la Libertad para él y para su Pueblo, que somos
todos nosotros. Jesús sabe que es una entrega sacrificada que conlleva la cruz y la muerte, pero confía absolutamente en Su Padre, en la fuerza que su Padre Dios tiene en hacer siempre nuevas todas las cosas.

En ese camino hacia la Pascua se irá encontrando con tres personas a las que les dirá en que consiste hacer este camino con él. La primera de ellas quiere seguirlo a donde vaya. Jesús le aclara que es un camino comprometido y sin garantías de seguridad. La segunda persona es invitada por Jesús a recorrer juntos el mismo camino, pero frente a la evasiva de que estará dispuesto a hacerlo recién cuando su padre muera, le dice que en este camino no puede haber excusas ya que se trata de elegir entre la muerte o la vida y él lo invita a apostar por la vida.

La tercera desea seguirlo, pero le pide despedirse de los suyos. Jesús le dice que este es un camino urgente, que requiere decidirse con la mirada puesta hacia adelante y sin dar pasos para atrás, superando el pasado para que aparezca la novedad del Reino de Dios, que es lo que Jesús trae para nosotros, para el mundo y para todos los tiempos.

Así, La Palabra de Dios, nos dice que Jesús hace un camino que tiene en el horizonte la Vida Nueva y nos invita a recorrerlo con Él, en libertad y confianza, eligiendo su mismo modo de caminarlo, para hacer más humana la vida propia y la de todas las personas.

Jesús ha venido a darnos Vida en abundancia y nos invita a caminar con él para alcanzarla.

Este momento de la vida de Jesús me sirve para pensar en nosotros y en la “Patria en camino”. Somos un pueblo que fue naciendo con anhelos de libertad y de justicia, de independencia y de fraternidad. Un pueblo con profundos deseos de ser una Nación independiente y con proyectos propios.

Tenemos una historia llena de luces y de sombras, ni más ni menos que otros pueblos, porque somos humanos como todos los pueblos de la Tierra, hechos del mismo humus, con la riqueza y la potencialidad que nos da el don de la vida, pero también con la fragilidad y la pobreza que estamos profundamente necesitados de ir decididamente hacia un mismo lugar, que no es un territorio, sino un horizonte común que nos inspire y direccione a todos. Es
fundamental tener un proyecto de Nación que vaya dando sentido al caminar cotidiano de todos los que nos sentimos argentinos.

Sin embargo, por momentos parecemos un pueblo a la deriva, sin un rumbo común y concreto. Perdemos demasiadas energías en divisiones y enfrentamientos estériles. Es real que transitamos un momento histórico en el que todas las Naciones estamos frente a una situación inédita, hecha de esta horrible y dolorosísima Pandemia y que tiene como raíz, una causa común que ocasiona todas las situaciones dramáticas que estamos viviendo.

El Papa Francisco la caracteriza con esa imagen del grito que es una imagen tan humana del límite, de no dar más, imagen de dolor, de desgarro, de auxilio y de “basta”. EL Santo Padre habla del grito de la tierra y el grito de los pobres. Hay un mismo grito que está marcando que este tiempo es distinto a otros momentos de la historia y que intuimos todos está concluyendo. Pareciese que no hay mucho margen, que hay un agotamiento, una enfermedad que nos ha tomado y que no lleva lentamente a la muerte. Se impone una pregunta: ¿Saldremos vivos y mejores?

Pienso que necesitamos recuperar el rumbo y el deseo de caminar juntos. Recuperar los anhelos genuinos que están en el corazón del pueblo y que pueden ser constitutivos de un nuevo proyecto de Nación. ¡Estamos a tiempo! El mismo Papa Francisco que ciertamente es un profeta de esperanza, nos invita a apostar por la fraternidad universal y la amistad social. ¡Estamos en la misma barca, nadie se salva solo, nos necesitamos, nadie sobra!

En el camino que va recorriendo Jesús hacia su meta, que no es otra que la de darnos Vida, nos invita a descubrir que también son fundamentales ciertas actitudes para recorrer el camino. La negligencia, la superficialidad, la mediocridad, la irresponsabilidad ciertamente no ayudan. Todo es importante para ser una Nación que pueda salir del laberinto en el que nos encontramos: la meta, el camino y las actitudes para recorrerlo.

Pensando en las tres personas que se van encontrando con Jesús, considero que lo primero es ser capaces de construir una Patria de hermanos comprometidos en el trabajo por el Bien común, pero con la seguridad existencial que sólo alcanzamos cuando nos disponemos a vivir honestamente y haciendo lo que cada uno debe hacer. El egoísmo, el lucro, la corrupción, la especulación generan falsas seguridades que nos arrastran hacia el clásico: “sálvese quien pueda”, y que es una de las tentaciones de este tiempo. Allí, el otro desaparece y se convierte en un objeto de manipulación política, o social, o económica-financiera. Así los pobres son un número estadístico y también pueden serlo los fallecidos por el Covid 19, cuya muerte corremos el riesgo de naturalizar día a día, en la que sólo nos escandaliza el abultado número y no sus vidas y sus familias destrozadas.

Todos tenemos pretextos para dejar de elegir el camino de la Vida compartida, como lo hizo la segunda persona a la que Jesús invitó a recorrer su camino. Excusas que expresan intereses de bienestar para unos pocos, dejando a inmensas muchedumbres fueras de la mesa de la vida.

Hoy, entre nosotros, el hambre es real. Hambre de alimentos, de educación, de salud, de tierra, techo y trabajo. Debemos sentirnos exigidos y también darnos el gusto de compartir nuestros tiempos, nuestros talentos y nuestro dinero. Poner la mano en el arado como Jesús le invitó a la tercer persona, implica un compromiso concreto con el futuro, que ciertamente comienza aquí y ahora. No es tiempo para titubear, para dar pasos hacia atrás, y mucho menos para fabricar ilusiones que desalientan, llenan de angustia y desesperanza. No podemos, no debemos mentirnos más. Para un camino compartido, para un proyecto común, es necesario vivir en la verdad, que no es otra cosa que
saber asumir con valentía lo que somos, con nuestras riquezas y miserias, con lo mejor y lo peor de cada una y cada uno de nosotros, pero no para quedarnos allí, quejosos, en estado de víctimas y lamentándonos de ser argentinos, sino decididos a dar pasos que nos ayuden a todos a salir hacia adelante de esta dificilísima situación en la que nos encontramos.

Por todo esto, pienso que la interdependencia es un valor superior a la independencia y por eso, la salida la encontraremos al adquirir una especial sabiduría, como es, la de relacionarnos unos con otros sanamente. Ir madurando hacia vínculos que nos pongan en una forma de relación humana creativa, solidaria, de búsqueda de consensos y de Políticas de Estado que trasciendan a los gobiernos de turno para el bien del Pueblo.

Porque la grieta es una enfermedad que sólo les viene como anillo al dedo a algunos pocos, y que además, hacen también de ella un negocio suculento, pero a la mayoría nos enferma, nos agota y nos duele tanto que también nos lleva a gritar: ¡basta!

Estoy convencido y así lo enseña el Señor Jesús y lo propone el Papa Francisco, que la salud la alcanzaremos en la fraternidad y en la amistad social, y esto supone aceptar que somos un país con una hermosa riqueza multicultural, con diferencias que lejos de alejarnos, separarnos y enfrentarnos, nos invitan a enriquecernos unos a otros para alcanzar una plenitud humana que nos llena de dignidad personal y colectiva. Es muy importante dejar de ser meramente habitantes de este suelo para ser ciudadanos de esta Patria concreta y en este sentido, todos somos corresponsables de generar una mayor y mejor interdependencia.

Pero sin duda, a los que estamos circunstancialmente con mayores responsabilidades, nos corresponde estar a la altura de los tiempos. En este sentido, los gobernantes, los políticos, los sindicalistas, los empresarios, los líderes de los movimientos sociales, los obispos y sacerdotes y todos los que tenemos el compromiso de estar al servicio del pueblo, no podemos ni debemos guardar, ahorrar, ni reservar nada de nuestro esfuerzo. Por el contrario, como Jesús, es fundamental entregarnos con infinita confianza y esperanza que de todo lo que estamos
viviendo, Dios sacará con su Gracia y nuestra colaboración, algo totalmente nuevo que no dejará de sorprendernos como les sucedió a los discípulos del Señor cuando lo vieron resucitado. Dios trabaja fuerte para sanar a este mundo herido. ¡No lo dudo!

Les pido que en esta oración que compartimos, tengamos el corazón puesto en los enfermos y fallecidos por el Covid 19 y pidamos juntos con fuerza y esperanza que termine pronto esta pandemia para ser un pueblo libre, soberano e interdependiente.

La Madre del Señor, que lleva tantos hermosos nombres como Luján e Itatí, nos acompañe. En este día, en el que recordamos también, que desde 1615 la imagen de Nuestra Señora de Itatí está entre nosotros, le pedimos a Ella, que desde Corrientes, cuide a toda nuestra Patria.

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