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San Pedro, San Pablo y el Papa Francisco, amigos entrañables de Jesús

Hoy 29 de junio, en la Iglesia Católica, celebramos la fiesta de los Apóstoles San Pedro y San Pablo.

Publicado

Por Monseñor Jorge Eduardo Scheinig (*)

Hoy 29 de junio, en la Iglesia Católica, celebramos la fiesta de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Los dos fueron llamados por Jesús para ser sus testigos y murieron mártires en Roma, justamente dando testimonio con su propia vida del Evangelio del Señor. San Pedro en el año 64, fue crucificado y por pedido suyo cabeza abajo por considerarse menor al Maestro. San Pablo en el año 67, fue decapitado.

La palabra Apóstol es de origen griego y se traduce como “enviado”. Los Apóstoles son los enviados por Jesús hasta los confines de la tierra para llevar la Buena Noticia y por eso se los considera “columnas vivas de la Iglesia”, porque son como las bases, los fundamentos en los que se sostiene la fe de las diversas comunidades esparcidas por todo el mundo.

Celebrar a estos Apóstoles es una muy buena oportunidad para redescubrir lo que Jesús quiso: que su Iglesia tuviera un rostro humano. Ella está llena del Espíritu de Dios, pero su rostro es humano. Está habitada por Dios, pero formada por personas concretas de carne y hueso, que a lo largo de la historia, con sus más y con sus menos, han sostenido la misión de anunciar que el Señor Jesús murió en la cruz pero resucitó, que está Vivo y que su Amor salva al mundo dándole Vida en abundancia. Es el mismo Jesús el que ha querido que la Iglesia que es verdadero Templo de Dios, también esté sujeta a los vaivenes de la humana fragilidad, la vulnerabilidad y hasta del pecado. Por eso, Ella es capaz de transparentar el Misterio de Dios a la humanidad y también por momentos ocultarlo.

En este día rezamos muy especialmente por nuestro Papa, que es sucesor del Apóstol San Pedro. Por lo tanto, rezamos por nuestro querido Papa Francisco.

A este hombre concreto cuyo nombre es el de Jorge Bergoglio, Dios lo llamó para que conduzca a Su Iglesia, en este tiempo preciso de la historia. El cambio de nombre, de Jorge a Francisco, significó para él, un cambio de vida y de misión, ya no sería obispo de la ciudad de Buenos Aires, sino obispo de Roma, y así, su misión es ahora la de sostener la fe, la esperanza, el amor, la comunión y la misión de la Iglesia Universal.

Para nosotros, al ser este Papa uno de los nuestros, un compatriota, es sin duda un acontecimiento muy grande, lleno de un significado particular que iremos desentrañando a lo largo del tiempo.

Para los argentinos, tal vez, por nuestra forma de ser, de pensar, de entender y de interpretar las cosas que nos suceden como pueblo, muchas veces la figura del Papa ha quedado atrapada en medio de las divisiones que entre nosotros hasta hemos naturalizado. Somos capaces de hablar con ligereza unos de otros aun sin fundamento alguno. Personalmente, no me cabe la menor duda que su persona, especialmente en los medios de comunicación, ha sido por momentos muy maltratada y en general, muy pocos han leído directamente lo que el Papa Francisco dice. La mayoría se deja llevar por comentarios periodísticos.

Pero el Papa es un líder importantísimo en el mundo. Uno de los pocos que tiene una profunda convicción humanista, que con autoridad y coherencia de vida habla sobre el futuro del planeta, sobre la fraternidad humana y que defiende a los más pobres sin ningún otro interés que su propia dignidad humana.

El desafío para los cristianos es entender que el Papa Francisco no está ahí por voluntad propia sino porque el Espíritu de Dios lo llamó y lo ungió sucesor de San Pedro. Él es el obispo de Roma y debe ser fiel a la misión que el mismo Espíritu Santo le encomienda. No puede acobardarse ni tener miedos, debe ser testigo del Evangelio de Jesús con su propia vida y así confirmarnos en la fe y mantener al Pueblo santo y fiel de Dios, en la comunión y totalmente entregado a la evangelización del mundo.

Todos tenemos responsabilidades, algunas personas tienen mucha responsabilidad, el Santo Padre Francisco tiene una responsabilidad enorme. Recemos por él porque ciertamente lo necesita.

(*) Arzobispo de Mercedes – Luján

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