Regionales
Tras las huellas de San Benito
El Padre Jorge Morán, actual Abad de la Abadía nos cuenta su testimonio personal y nos deja un mensaje para este tiempo de pandemia y aislamiento social.
Por Redacción Grupo La Verdad
El 11 de julio la Iglesia celebra el día de San Benito Abad. Benito nació en Nursia, Italia en el 480. Fue un monje cristiano, considerado el iniciador de la vida monástica en Occidente. De joven fue a Roma a estudiar, pero allí quedó perturbado por la tremenda crisis de valores que halló. Esto lo llevó a optar por una vida retirada.
Fundó la orden de los benedictinos y estableció monasterios basados en la Santa Regla que él mismo escribió. Es considerado patrono de Europa. Murió en Italia en el 547. Hoy muchos Monasterios en el mundo continúan viviendo tras las huellas de San Benito. En la Provincia de Buenos Aires, en Jauregui, a pocos kilómetros de Luján se encuentra la Abadía de San Benito, que fue fundada en 1914 por la Abadía de Santo Domingo de Silos (Burgos, España).
Estuvo en la ciudad de Buenos Aires hasta el año 1973, cuando inició su traslado a su actual ubicación. Allí es donde la comunidad monástica de San Benito de Luján dedica su vida a la oración, al trabajo y al estudio.
El Padre Jorge Morán, actual Abad de la Abadía nos cuenta su testimonio personal y nos deja un mensaje para este tiempo de pandemia y aislamiento social.
Una infancia difícil
Soy el mayor de cinco hermanos de una familia humilde. Mi madre falleció durante el parto de mi última hermana cuando yo tenía nueve años. Ese día mi familia quedó desmembrada porque las tres niñas que eran las más chiquitas: una de un día, una de dos años y otra de cuatro fueron a casas de mis tías. En casa quedó mi papá, mi hermano de ocho años y yo de nueve. Fue todo muy duro porque a mi papá le costó mucho superar esa situación. Este hecho marcó mi infancia.
En la adolescencia para poder estudiar y tener un lugar de contención, con mi hermano fuimos a la Marina para poder hacer el secundario.
La resonancia de un llamado
Un sacerdote de allí, que era el capellán, me preguntó si alguna vez había pensado en ser sacerdote. En ese entonces yo tenía 17 o 18 años, y no era para nada mi intención, quería formar mi familia, tener mis hijos.
Pasado unos años, esa pregunta me quedó resonando y se fue haciendo cada vez más intensa y empecé a interiorizarme más sobre la vida religiosa, ya que mi familia, si bien era católica, no era asiduidad a la iglesia.
Me contacté con el sacerdote que me había hecho la pregunta (el P. Pedro) y me conectó con el obispo Castrense, quien me fue guiando hasta que en determinado momento dejo los estudios de la Marina e ingreso al seminario en Paraná, Pcia. de Entre Ríos, antes de llegar a este punto ya había estado como cinco años en la Marina, en donde estuve un año embarcado, estaba deseoso de recibirme de oficial contador, cuerpo que pertenece al orden de intendencia en la Institución Naval,
Hasta que entré en el seminario yo no tenía mucho conocimiento de lo que era la vida de un lugar de formación de estas características.
Creo que lo me había atraído de la vida sacerdotal era el testimonio del P. Pedro, ya que era un hombre muy trabajador en lo que tenía que ver con lo social. Yo identificaba ser sacerdote con todas esas actividades, si bien sabía que el sacerdote celebraba misa y realizaba actividades litúrgicas, eso no era lo más determinante para mí.
En el Seminario fui purificando mi motivación de ingreso, descubriendo la espiritualidad y conociendo la relación con Dios por medio de la oración. En los momentos de receso escolar venía a Buenos Aires, yo había nacido en Adrogué, y para acortar un poco el tiempo iba al Monasterio San Benito de Jauregui para hacer retiros o a pasar días de descanso. De ese modo fui conociendo la vida monástica.
Después de cuatro años en el Seminario, hablando con mi director espiritual, decidí interrumpir mi formación y salir del seminario.
Me instalé en Capital para trabajar y estudiar. Comencé Psicología en la UCA y cursé tres años.
Vocación a la vida monástica
A pesar de haber salido del Seminario con la intención de encarar una vida familiar, la inquietud vocacional continuaba. Por ello, me acerqué al Monasterio, donde me conocían, y allí comencé los pasos para ingresar a la vida monástica.
Hice el postulantado, después el noviciado y los votos temporales. No me fue fácil porque siempre estaba con la idea de la vida matrimonial. Creo que idealicé la familia por haberla perdido de tan chico, y si hay algo a lo que me costó renunciar para entrar en la vida religiosa fue el proyecto de la familia propia. La cuestión es que seguí e hice los votos solemnes en el año 1992.
La esencia de la vida benedictina
En el Monasterio la vida es muy simple. Yo siempre lo identifico con la vida de la Sagrada Familia de Nazaret, donde se trabajaba, se rezaba y se amaba, donde estaba Jesús, María y José. Para mi básicamente el Monasterio es un poco eso.
San Benito dispuso nuestra vida alternando trabajo y oración. El trabajo puede ser manual o intelectual. Dentro del trabajo también está el estudio y todo lo que tiene que ver con formarse como ser humano. La oración es esa relación con el Señor que hace que toda tu vida esté en presencia de Dios. San Benito habla de vivir en presencia de Dios. No son dos cosas separadas el trabajo y la oración. Toda nuestra vida desde el inicio del día hasta el final busca estar en Dios, y a través del trabajo y la oración intentamos hacerlo.
Este Viernes Santo falleció uno de nuestros sacerdotes, de 94 años falleció, tres días antes lo veías en su cuarto trabajando, empaquetando cosas que hacemos en la dulcería para vender.Su vida fue oración y trabajo y vida fraterna, en la simplicidad de nuestro modo de vida.
Un día en el monasterio
En el Monasterio nos levantamos a las 4:30 hs. A las 5 hs. empieza la primera oración que se llama Vigilia, que dura 45 minutos. Después desayunamos, y a continuación cada monje en su cuarto hace la Lectio Divina que es la lectura de la Biblia. A las 7:15 hs. tenemos el rezo de Laudes. La Misa es a las 8 hs. Después arrancamos el trabajo hasta las 12:15 hs. en que rezamos Sexta, y luego almorzamos a las 12:30 hs.
Posteriormente tenemos una recreación que dura media hora, y de 13:30 hasta las 14:45 cada uno se retira a su cuarto y descansa. A las 15 hs tenemos la oración de Nona, tras la cual se continúa con actividades hasta las 18:15 hs en que tiene lugar la oración de la tarde llamada Vísperas hasta las 19 hs. Luego media hora nuevamente para la Lectio Divina. A las 19:30 hs. cenamos, tenemos otra media hora de recreo y encuentro fraterno. Finalmente rezamos Completa, que es la oración de la noche, y después cada uno se va a su cuarto a descansar hasta el otro día.
Lo más gratificante
Lo que me gusta de esta vida es que me permite desarrollar todo mi potencial en cuanto a toda mi persona, desde lo que tiene que ver con lo espiritual como lo que tiene que ver con lo humano.
Me permite vivir en relación tanto con los hermanos del monasterio como con la gente que viene de afuera. También me posibilita cumplir mis primeros deseos de ser “padre de familia”, ya que se puede acompañar a las personas como lo hace un papá en la familia.
El que entra al monasterio o el que entra al sacerdocio no reniega de la paternidad, sino todo lo contrario, sería muy pobre en un sacerdote, o en una monja, o en un hermano no desarrollar el aspecto paternal o maternal. Puedo ejercer la paternidad dentro del marco de la vida en el monasterio y eso es lo que más me conforta. También el vivir en comunidad me gusta, con todas las dificultades que puede llegar a tener, ya que se van trazando lazos muy profundos que se van afianzando a medida que pasa el tiempo.
La tarea de ser padre
Hoy me toca ser el Abad de la comunidad. El Abad es la persona que es padre de la comunidad monástica. Acá somos 16 monjes y el rol del superior consiste en acompañar y animar a esta comunidad de hermanos para disponer los medios que nos permitan vivir nuestra vocación. La misión del Abad es como la del padre en una familia, procurar que las cosas estén y se hagan posibles para poder crecer cada uno en sus distintas dimensiones.
La pandemia trajo cambios
De ordinario al monasterio viene mucha gente de afuera por distintas razones, sobre todo para acompañarse espiritualmente o para confesarse. En este tiempo de aislamiento social por el Covid-19 esa gente no puede venir.
En esta situación de cuarentena las misas del monasterio, como en la mayoría de las parroquias, tampoco son abiertas al público. Tratamos de seguir acompañando a las personas a través de WhatsApp, correo o por teléfono. También hemos transmitido las celebraciones de Semana Santa, Pentecostés y Sagrado Corazón a través de Facebook para que la gente que suele venir a la abadía haya podido seguir las ceremonias por estos medios.
En cuanto al trabajo, algunas tareas como la cocina o el mantenimiento de la casa tuvimos que prescindir temporalmente de los empleados que vienen de afuera y asumirlas nosotros. Esto permitió que aflorara lo mejor de nosotros, porque cada uno puso su mejor disponibilidad para que estas cosas pudieran realizarse. De esta circunstancia sacamos mucho provecho porque nos conocimos en facetas que antes no estaban expuestas.
La caridad del monasterio
A raíz del cierre en 1984 de la fábrica Villa Flandria, que dio vida al pueblo de Jauregui y a Pueblo Nuevo, mucha gente quedó sin trabajo. En ese entonces el Abad Martín de Elizalde fue sensible a esta situación y creó un espacio para la atención de los necesitados como si fuera una Cáritas. Así se comenzó ayudar desde el monasterio, una vez por semana, a la gente que más lo necesitaba.
En ese entonces el Abad me encomendó esta tarea, y ahí Dios me regaló esa posibilidad de poder realizar aquello que primero me había atraído de la vida religiosa y la vida sacerdotal, ayudar a los necesitados. Este servicio continúa hasta el presente todos los miércoles desde el año 1984. Por supuesto que la cantidad de gente que viene es de acuerdo a cómo está el país.
En un determinado momento los hijos de las mamás que venían a pedir comenzaron a acercarse los sábados a la mañana porque les gustaba venir al Monasterio. Querían aprender el trabajo de la huerta, del campo y del parque. Nosotros intentábamos conocerlos y motivarlos para que estudiaran, dándoles los medios posibles para que lo hicieran.
Muchos de estos chicos fueron becados por el Monasterio para seguir con sus estudios. Muchos terminaron el colegio secundario y algunos comenzaron un terciario, hoy después de 30 años, algunos vuelven al monasterio para que bauticemos a sus hijos o cosas así.
¡¡¡Fue una hermosa experiencia!!!
Esa actividad con los chicos hoy ya no la hacemos porque nos demandaba mucho esfuerzo, pero fue muy lindo realizarla. También en eso los hermanos que trabajamos en esta tarea pudimos desarrollar la paternidad y el acompañamiento de los jóvenes.
Mensaje frente a la incertidumbre y el miedo
Esto que estamos viviendo con la pandemia tiene un aspecto negativo por todo lo que conlleva el encierro, el tema económico, lo laboral, los conflictos que se pueden ocasionar en una familia por estar todo el tiempo encerrados. Pero también creo que esto puede tener un punto positivo, en cuanto que nos hace ver cosas importantes de la vida que quizás por estar corriendo no las veíamos, como puede ser el contacto con la familia.
Este asilamiento nos hace descubrir otra faceta de la vida que en otro momento se nos pudo escapar porque no teníamos tiempo para mirarla.
Creo que es fundamental atesorar esto para que cuando volvamos a la situación normal no nos olvidemos.
Respecto al miedo y la incertidumbre que puede acarrear esta situación de pandemia, todos padecemos temores, pero estos no son buenos compañeros, yo creo que hay que vivir el día a día como Dios lo presenta.
Tenemos que resguardarnos y resguardar a los demás, pero no hay que tener miedo, Jesús dice en el Evangelio constantemente no tengan miedo, a María le dice el ángel no temas. Seguramente tuvimos miedo al nacer y estamos acá y la vida es preciosa; tenemos miedo de morir, y así como nacimos a esta vida, morir va ser nacer a la vida eterna. Así que el miedo no tendría que tener cabida porque estamos en las manos de Dios en todo momento. Hay que internalizar esta idea, pero no porque es una idea linda, sino porque es la realidad. El miedo nos paraliza y nos asusta y nos deja enrollados en nuestras impotencias, hay que ponernos en manos de Dios.
Me despido de todos y les deseo que nuestro padre San Benito interceda por cada uno de ustedes, por cada familia y que a cada uno le procure la posibilidad de un trabajo, también el espacio para el encuentro con Dios en la oración, y que podamos vivir todos en conexión con nosotros mismos, con el prójimos y con Dios en un clima distendido y de paz. A todos les doy la bendición.