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Una mirada de la pandemia desde Brasil

Para un alto porcentaje de la población signado por necesidades básicas insatisfechas, el hacinamiento en que viven, la falta de acceso al sistema de salud, y la escasez de información, esa convivencia con el riesgo de contagio puede costarle la vida.

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Para Grupo La Verdad
Escribe: Rodrigo Golán, religioso rogacionista.

Hace cinco años llegué a la ciudad de San Pablo (Brasil) por motivos de estudio. Los primeros meses me sentí aturdido frente a una metrópoli que no duerme, pero luego me conquistó con sus particularidades, sus culturas, sus diversidades. Una ciudad que uno no termina de conocer nunca, menos aún en cuarentena.

El lunes 16 de marzo, terminando la tarde, un comunicado oficial de la facultad informaba la suspensión inmediata de las clases por la existencia de dos casos de alumnos con síntomas compatibles con coronavirus. Era el preludio de lo que viviríamos durante estos meses.

A las tensiones sanitarias que la pandemia en sí misma generó en tantas partes del mundo aquí se sumaron las que provienen de una realidad tan agrietada como la argentina. La clase política hizo lo que estaba a su alcance para complicar todo un poco más y las medidas que se tomaban eran disímiles, sin coordinación entre los distintos estados e incluso, a veces, equivocadas. El ejecutivo nacional y los jefes estaduales (gobernadores) parecían más preocupados por los réditos políticos que pudieran obtener de esta coyuntura que por el bien común.

Pero esta situación no sólo develó una vez más el modus operandi de gran parte del arco político, sino que también dejó a la vista algunas situaciones injustas que atraviesan a nuestras sociedades. También aquí fueron muchos los que corrieron a llenar sus carritos de alcohol en gel y otros productos afines, sin percibir que si los demás no tenían servía de poco guardarlos en tu casa, porque el virus continuaría circulando.

Tampoco faltaron los empresarios y comerciantes que especularon con precios irrisorios. ¿Nos cabe alguna duda, todavía, de que el consumismo nos ciega y que la acumulación de bienes, la especulación y las “leyes del mercado” muchas veces atentan contra la vida de todos?

El aislamiento social pocas veces superó el 50% de acatamiento en la ciudad de San Pablo y tuvo sus días contados porque los índices económicos pusieron en jaque al gobierno. También aquí se instaló la falsa disyuntiva entre la salud o la economía, y entonces los negocios, los parques, los shoppings, los bares y restaurantes, los gimnasios, las peluquerías, los lugares de culto, fueron abriendo sus puertas en la medida que iban aplicando los diversos protocolos establecidos. No parece casual, cuando analizamos la realidad de la ciudad de San Pablo, que la mayor tasa de mortalidad se encuentra en barrios de la periferia en los que desde la primera hora sus habitantes denunciaban la ausencia del Estado.

En algunos de ellos, la organización popular de los vecinos fue la única herramienta con la que contaron, valiosa por cierto, pero insuficiente para una situación con estas dimensiones en una de las metrópolis más grandes de nuestro continente.

Volver a la normalidad

La idea que flota ahora en el ambiente es que hay que volver a la normalidad aprendiendo a tomar todos los cuidados y a convivir con el riesgo del contagio. Cuidados y convivencia que son posibles para quien cuenta con una serie de recursos y condiciones que, en medio de tanta desigualdad social, no todos poseen. Para un alto porcentaje de la población signado por necesidades básicas insatisfechas, el hacinamiento en que viven, la falta de acceso al sistema de salud, y la escasez de información, esa convivencia con el riesgo de contagio puede costarle la vida.

Creo que en este punto surge el gran salto que la coyuntura reclama, no sólo aquí en Brasil: recuperar la noción de que somos un todo, un cuerpo, un pueblo, una comunidad. De que hay situaciones que nos ponen en riesgo y de las que debemos cuidarnos y ser cuidados. Todos. Sin que nadie quede afuera. Algo difícil para una sociedad que ha hecho gala de sus grietas. Difícil para una sociedad que legitima situaciones de exclusión. Difícil para una sociedad que piensa en cuidar a los “mercados” antes que a las personas, esos mercados que nos complican la vida cuando se desploman y que nunca nos benefician cuando registran alzas considerables. Difícil pero sumamente necesario porque, no hay dudas, hay vidas que están en juego.

Como sucedió en otras latitudes, la posibilidad de un aumento de casos que vuelva a amenazar la capacidad del sistema sanitario está latente. Los que podemos, privilegiados sin dudas, permanecemos en casa el mayor tiempo posible y los que salen deben tomar todos los recaudos. Pero eso no será suficiente sino hacemos el esfuerzo de ir contracorriente de la cultura dominante: es urgente salir de mi quintita y pensar en el otro. No solo para superar la pandemia. También para forjar un mundo un poco más humano. Puede parecer una utopía, pero aquí en Brasil, la esperanza não tem fim.

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