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Tuve hambre y me diste de comer

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Me dirijo a las personas que, por su sensibilidad, se sienten especialmente llamadas a la Caridad. También, les escribo a ustedes queridas hermanas y queridos hermanos con los que compartimos el seguimiento del Señor Jesús. Estamos unidos en “un solo Cuerpo y un solo Espíritu, en una misma esperanza” (Ef 4,4-6). A ustedes, no puedo dejar de pedirles que estén especialmente atentos a las necesidades de nuestros hermanos débiles, sufrientes y pobres.

En estos días de cuaresma hemos proclamado la Palabra de Dios del Evangelio Según San Mateo, capítulo 25. Allí Jesús abre su corazón y nos revela su inmenso amor por todas las personas que sufren. Es tanto su amor que lo lleva a identificarse con ellas, asegurándonos que los gestos de solidaridad que tengamos con los sufrientes, serán hechos a Él. Sólo el Dios hecho hombre, cuyo nombre es Jesús, puede animarse a tanto. Sólo Él.

Todos recordamos esas palabras tan inspiradoras e interpelantes para la vida de las personas y pueblos de todos los tiempos:
«Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver». Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?». Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo».

Luego dirá a los de su izquierda: «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron». Estos, a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?». Y él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo». Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna». (Mateo 25, 34-46)

¿Quién no se queda conmovido y pensando al escuchar estas palabras tan penetrantes de Jesús? ¿Quién no se siente un poco en falta? ¿Quién no desearía ser más sensible para descubrir en el rostro del necesitado, el rostro de Jesús?

EL Papa Francisco en esa hermosa Exhortación Apostólica del 19 de marzo de 2018 sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, Gaudete et Exsultate, nos dice que este texto del Evangelio puede llamarse “El Gran Protocolo”, porque sobre él seremos juzgados. Les pido que lean los números que van del 95 al 109, porque son de una enorme profundidad y riqueza.
Meditando la Palabra del Señor e iluminado por Francisco, le pedí al Espíritu del Señor que nos regale más fe y más amor concreto para vivirlo en este tiempo que estamos atravesando en nuestra querida Patria.

Liberarnos de pensamientos y palabras humillantes e hirientes
Seguramente todos tenemos sentimientos de dolor y frustración frente a la situación social que estamos viviendo. Cada uno tiene su manera de ver, de pensar, de sentir, de interpretar y de dar explicaciones de por qué estamos así. Los ciudadanos debemos tomarnos muy en serio la vida de la Nación. Nadie puede ser indiferente y dejar de tener una postura frente a la realidad. Personalmente trato de escuchar porque estoy convencido que las diversas miradas, pensamientos y sentimientos, van enriqueciendo mis opiniones e ideas.

Sin embargo, se ha metido entre nosotros un modo de convivencia social que pareciese habilitar posturas y palabras humillantes e hirientes hacia los hermanos más necesitados y pobres. No me parece oportuno escribir la cantidad de “etiquetas” que se colocan a los pobres, pero son unas cuantas. Les confieso que cuando las escucho, muchas veces vienen a mí los rostros de tantas personas que a lo largo de mi vida sacerdotal he conocido. Personas que, en situaciones de extrema vulnerabilidad y fragilidad material, las vi luchando con todas sus fuerzas para sacar adelante a sus familias. En esas personas me he apoyado y de ellas he aprendido a pelear la vida. Han sido verdaderos ejemplos para mí. Jamás podría etiquetarlos, porque considero que si así lo hiciese, inmediatamente experimentaría una mirada fuerte y dura de Jesús, como si mi dijera: ¿qué estás haciendo?

Podemos coincidir que en las causas de esta situación social está el quiebre de la cultura del trabajo, la falta real de trabajo, la falta de oportunidades, problemas gravísimos en la educación, sueldos injustos, explotación laboral, narcotráfico, corrupción de los dirigentes, y tantas otras cuestiones que nos han llevado a estar como estamos.

Y digo esto, porque si a la hora de hablar de los más pobres tuviésemos en cuenta estas y más causas, seguramente, seríamos con ellos más misericordiosos y compasivos y no nos dejaríamos arrastrar por esa fuerte corriente que está instalada en los Medios, en las Redes y muchas veces en los más cercanos, que nos endurece y lleva a condenarlos y hasta a expatriarlos.
¡He leído y escuchado expresiones irrepetibles!

A ustedes que siguen a Jesús, en Su Nombre, les pido que se liberen de esos pensamientos y de esas palabras humillantes e hirientes hacia los más pobres.

Los pobres, como vos y como yo, y como todos, son personas con virtudes y defectos, con santidad y pecado, pero muy especialmente, son personas con pocas o ninguna oportunidad para vivir dignamente.

En la carrera de la vida, han partido mucho más atrás.

Señor, en esta cuaresma, danos un corazón parecido al tuyo, para saber compadecernos y estar cerca a toda persona que sufre, sin ningún tipo de prejuicios o juicios condenatorios.

Liberarnos de la agresividad y la violencia
Nosotros debemos siempre decir: ¡No a la violencia! ¡No a la agresividad! ¡Nuestra opción es la paz!
La agresividad tiene distintos rostros que van desde la violencia verbal, gestual y física, como así también, la indiferencia hacia el otro. La indiferencia es una forma de desprecio que puede contener un germen de violencia. Seguir de largo frente a los jubilados con sus mínimas pensiones, de los niños y de los que sufren hambre, genera violencia. Nos ayuda hacer el ejercicio de ponernos en el lugar del otro e imaginarnos cómo nos sentiríamos en su situación. Imaginarnos qué pasaría si en un momento de necesidad los otros pasasen de largo sin reconocerme o, lo que es peor, haciendo que no me ven. Seguramente me sentiría violentado.

Necesitamos hacer el esfuerzo de liberarnos de toda agresividad. Necesitamos respetarnos, cuidarnos y tener gestos de amor, porque así como nos gusta que nos traten, así estamos llamados a tratar al otro.

Los que seguimos a Jesús debemos hacer todo lo posible para estar disponibles y cercanos a los que sufren. Basta hacer memoria de la “parábola del Buen Samaritano” (Lucas 10,29-37). Allí, todo comienza con una pregunta que le hacen a Jesús: “¿Quién esmi prójimo?” y después de narrar esa hermosa parábola del samaritano bueno que teniendo todas las justificaciones para seguir de largo, se pone al servicio de la persona asaltada y herida. Jesús cambia radicalmente la pregunta: ¿Quién se hizo prójimo de esa persona que sufre? Jesús nos propone un cambio que nos ubica frente a la realidad de otra manera, porque aquella persona le hace la pregunta poniéndose él en el centro, pero Jesús le pide que ponga en el centro de su vida a la persona necesitada. Aquí está la clave de nuestro ser cristianos. La clave es el amor concreto al prójimo, y prójimo es toda persona que sufre y necesita de mí, porque es ella la que debe estar en el centro.

Para liberarnos de toda agresividad necesitamos tener gestos de amor concreto, especialmente con los necesitados que pueden ser desconocidos para mí, porque allí se prueba mi capacidad de un amor generoso, un amor activado e impulsado por Dios. Si en nuestros corazones habita Dios y su Amor, podemos dar de comer a quien tiene hambre aunque no lo conozca y reconocer en esa persona a Jesús,

¡Obrar por el amor de Dios en nuestros corazones, trae la paz!

Señor, no nos dejes caer en la tentación de la frialdad frente a nuestros hermanos pobres y danosla fuerza para amar con un corazón lleno de paz.

Dar de comer al hambriento
En una de las crisis económicas que atravesamos como sociedad, siendo párroco en una parroquia de un barrio de clase media, tuve una charla con una persona muy querida que nunca olvidaré. Se trataba de un papá que había trabajado toda su vida y que tenía en ese momento un trabajo muy mal remunerado. Me confesó que a los mediodías pudiendo ir a su casa, no lo hacía para no sacarles la comida a su esposa e hijos y por eso se quedaba en su auto hasta volver a entrar al trabajo y recién a la tarde regresaba a su casa.

¡Qué tremendo es que no te alcance tu sueldo para poder comer en familia! ¡Qué desesperante es el hambre de los niños y de los mayores!

La cuaresma, es el tiempo propicio para mirar al hermano necesitado y reconocer en él a Jesús.
Es el tiempo en que deseamos convertirnos a Dios y misteriosamente Jesús, el Dios en quien creemos, nos invita a convertirnos al amor concreto por los más necesitados. Porque la conversión a Dios, que tanto deseamos vivir en este tiempo cuaresmal, no puede estar disociada de la conversión al amor concreto.

Deseo con todo mi corazón, como todos deseamos, que esta difícil situación de los argentinos pase pronto, para que todas las familias tengan trabajo y la posibilidad de llevar el pan dignamente a sus mesas.

Hasta que esto suceda, les pido, les suplico, queridas hermanas y queridos hermanos en el Señor, que seamos muy sensibles y generosos. Les pido que seamos generosos hacia las personas que pueden pasar necesidades y hambre en este tiempo social. Les pido humildemente, que de alguna manera se acerquen a una familia pobre y necesitada para ayudarla directamente, porque el cara a cara, nos da la posibilidad de vivir ese amor que Jesús nos trajo y que desea se viva hoy entre nosotros. El sueño de Jesús, como nos recuerda siempre nuestro Papa Francisco, “es la fraternidad”.

Caritas
Ustedes saben que las Caritas de las parroquias de nuestra Iglesia arquidiocesana, están disponibles para dar una mano.
A veces, tenemos lo suficiente para compartir y, otras veces, no alcanza. Vivimos de la providencia y de la generosidad de las personas que se acercan trayendo sus dones. Gracias a los aportantes de dinero y comida. ¡Gracias! Sepan que lo que dan, va directamente a los más pobres.

Quiero agradecerles a todas las personas que colaboran con su tiempo y su servicio en nuestras Caritas.
Gracias porque son el Buen Samaritano de estos tiempos. Les pido que antes de comenzar la tarea y al finalizarla recen al Señor. No nos cansemos de rezar para que el Espíritu del Señor siga transformando las mentes y los corazones de todos nosotros, para que podamos vivir en una Argentina en la que a nadie le falte el pan en su mesa.

Los jóvenes, constructores de un amor concreto y solidario
Queridos jóvenes, amigas y amigos, me dirijo muy especialmente a ustedes, para pedirles que sean constructores de un amor concreto y solidario.

Deben ayudarnos a ser una sociedad más justa y fraterna. Ustedes no son el futuro, son el presente y necesitamos que nos ayuden a saber vivir en este mundo en cambio. NO se dejen tentar por juicios categóricos y condenatorios hacia los pobres, débiles y sufrientes. NO sean agresivos o violentos. Que en sus corazones habite el deseo de bien. Comprométanse con el Bien Común, y háganlo cada uno desde su lugar y según sus propias convicciones. Ayuden con urgencia para que no les falte al pan a los niños y a los ancianos.

Ustedes saben habitar en las redes sociales, por eso les pido que colaboren enviando mensajes positivos, mensajes llenos de cuidado y amor por los más pobres. Piensen cómo lo haría Jesús en este tiempo, cómo saldría en su defensa y sin ningún tipo de agresión: Siembren las Redes de amor concreto y solidario. ¡Sean la Palabra viva de Jesús! ¡Sean mensajeros de la paz!
Los invito a que todos los días, todos los días, le pidamos a la Madre del Señor, María de las Mercedes y de Luján, a Ella que está tan cerca de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia, que pronto encontremos la salida a esta situación apremiante para muchas personas y que, mientras tengamos que vivir estos momentos difíciles, nos cuide y ampare a todos, especialmente a los más necesitados y pobres.

+ Jorge Eduardo Scheinig
Arzobispo Metropolitano
De Mercedes-Luján

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