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Hoy se celebra la «Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación»

La casa es, además de una realidad, un concepto muy rico, importante, diría fundamental, para la vida humana.

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Desde este año, el Papa Francisco instituyó que el 1 de septiembre será celebrada la «Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación» en la Iglesia Católica, en sintonía con la encíclica papal ambiental «Laudato Sí’». El juninense Germán Ruggeri, profesor de Lengua y Literatura y feligrés de la Parroquia Sagrado Corazón compartió a La Verdad una reflexión alusiva al tema:

La casa es, además de una realidad, un concepto muy rico, importante, diría fundamental, para la vida humana. Desde tiempos muy remotos el hombre buscó amparo para evitar las inclemencias del tiempo y desarrollar su vida familiar. El fuego dentro de la cueva reunía a quienes habitaban allí y de esa reunión en torno al fogón nace la idea de “hogar”.

El término Hogar viene de Focolare y dice referencia al fuego que calienta y reúne, y sobre el cual se preparaba la comida. Diríamos que hogar es un grupo humano que se calienta junto a un mismo fuego y comen juntos un alimento preparado sobre una misma llama, normalmente bajo un mismo techo. ¡Cuánta riqueza nos esconden las palabras! Tanto significa la casa que, quien la posee, la cuida, la embellece, la protege, le es “útil”, entendiendo utilidad no en puros términos económicos, sino más bien desde el punto de vista de reciprocidad, de afecto, de vínculo y relación. Soy útil a algo o a alguien cuándo mutuamente nos servimos.

Por otra parte, qué doloroso es ver que muchos no tengan su casa, pocas cosas son tan tremendas como ver dormir a la intemperie a un ser humano, vivir en situación de calle menoscaba la dignidad humana, por eso es tan importante que, entre las prioridades de desarrollo social se encuentren los planes de vivienda.

¡Somos tan capaces a la hora de valorar y cuidar nuestra casa familiar! ¡Tenemos tan alta consciencia de lo que significa nuestra casa que no ponemos reparos ni ahorramos esfuerzos en sostenerla! ¡Y hasta defenderla si se diera el caso! ¡Si no la tenemos, la añoramos y anhelamos alcanzar ese sueño! ¡La casa es tan importante, la casa es refugio, es morada, es habitación y es hogar!

Conozco una en particular que sufre el abandono, cuando no, la violencia de sus ocupantes: la Tierra, nuestra “Casa común”. Nosotros, los hombres y mujeres de todos los tiempos hemos creído ser sus dueños y nos sentimos con derecho a saquearla, causándole daños tan profundos que hoy resultan gravísimos. ¿Cuándo fue que equivocamos el camino? ¿Cómo llegamos a olvidar que debíamos serle “útiles”, en mutua reciprocidad? Hemos llegado al punto de hacerla gemir y sufrir dolores como de parto (Cfr. Rm. 8, 22), cosa que podemos comprobar por sus síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes.

Esto se ve más claro todavía en nuestra relación con los más pobres, los excluidos, los “nadie” según Galeano. Ellos son los que más sufren las consecuencias de la destrucción de nuestra Casa común. Los desastres, las inundaciones, la pérdida de biodiversidad, las sequías, incendios, el cambio climático, afectan a las poblaciones más débiles y desprotegidas mucho más que a las demás. Dice el Papa Francisco: “El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta”. (Laudato Si 48)

El mismo Coronavirus que nos aflige es parte de esta crisis ecológica que hemos causado irresponsablemente. La destrucción de la biodiversidad aumenta el riesgo de epidemias. Dice el ecólogo de la salud Serge Morand, director de investigación en el Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) de Francia: “Si deforestamos, urbanizamos, los animales salvajes (y, entonces, también los virus, agrego yo) pierden su hábitat y esto favorece su contacto con los animales domésticos y los humanos”.

Es imperioso escuchar a aquellos que nos advierten sobre la situación crítica actual y trabajar intensamente en nuestra “conversión ecológica”, es decir, volver nuestro rostro, mirar de frente el problema y preguntarnos qué podemos hacer, aquí y ahora, para colaborar en el cuidado de la Casa común con la misma dedicación, solicitud y ternura con las que cuidamos nuestro hogar. ¿Si perdemos esta Casa, dónde habitaremos, quién nos cobijará, cuál será nuestro refugio?

No caigamos en una tentación por de más de cotidiana: como no podemos hacer mucho, entonces no hacemos nada. Seguramente podemos aprender a ejercer nuestra responsabilidad ambiental si, por ejemplo, evitamos “el uso de material plástico y de papel, reducimos el consumo de agua, separamos los residuos, cocinamos sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratamos con cuidado a los demás seres vivos, utilizamos transporte público o compartimos un mismo vehículo entre varias personas, plantamos árboles, apagamos las luces innecesarias”. (Cfr. Laudato Si 211)

Toda la humanidad necesita una profunda renovación cultural; necesita redescubrir esos valores que constituyen el fundamento sólido sobre el cual construir un futuro mejor para todos. Todas y todos somos responsables del cuidado del planeta. ¡Encontremos la manera!

“El amor, -dice el Papa Francisco- lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas»”. (Laudato Si 231)

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