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La guerra y la Paz

Por Walter Anido (Especial para La Verdad Mercedes)

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La semana anterior en nuestra columna de opinión discurríamos sobre los motivos que pueden dar orgullo a una comunidad. Esos hechos que te invitan a inflar el pecho porque con ellos sentís identificación. No pasaron demasiados días en que recibíamos una noticia que nos permitiría expresar esos sentimientos de manera indisimulable. Un hombre nacido en Mercedes, hijo dilecto de nuestra ciudad, era considerado por el comité noruego del Premio Nobel para recibir semejante galardón.

El premio Nobel por la Paz tiene una larga historia y en ella se han anotado nombres de líderes mundiales o de personalidades que han dedicado o dejado su vida por buenas causas. En el listado encontramos nombres tales como la Madre Teresa de Calcuta, Martín Luther King, Nelson Mandela, Mihail Gorbachov o Barack Obama. También a dos argentinos: en 1936 a Carlos Saavedra Lamas, un Ministro de Relaciones Exteriores que fue mediador para terminar con la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay; y en 1980 a Adolfo Pérez Esquivel como líder de los Derechos Humanos en la lucha contra la Junta Militar que durante esos años gobernaba nuestro país. Ahora Julio Aro, un ex combatiente de Malvinas, nacido en Mercedes, estaba nominado. Si, de Mercedes. De la misma ciudad que cobija al soldado con la mayor condecoración que pudo haber recibido un conscripto durante toda la historia Argentina, Oscar Ismael Poltronieri.

La historia de Julio Aro tiene algunos puntos de encuentro con la de Alfred Nobel. No es una visión forzada ni caprichosa, sino interpretativa. El científico sueco que en la actualidad se lo conoce por los premios, fue nada menos que el inventor de la dinamita. Su invención tenía un propósito comercial. La venta de la licencia a varias naciones le significó hacerse de una fortuna que lo convirtió en millonario. Pero el poder explosivo de ese invento iba a terminar con muchas vidas humanas a pesar que su creador tenía un pensamiento particular. “Quizás mis fábricas pondrán fin a la guerra: el día en que dos cuerpos de ejército puede aniquilarse mutuamente en un segundo, todas las naciones civilizadas seguramente van a retroceder con horror y disolver sus tropas», supo decir. Está claro que no fue así. Tal vez ese fue el motivo por el cual dejó claro en su testamento que esa fortuna debía tener un destino: los premios que son cinco diferentes. Uno por la Paz… “a quien haya laborado más y mejor en la obra de la fraternidad de los pueblos, a favor de la supresión o reducción de los ejércitos permanentes, y en pro de la formación y propagación de Congresos de la Paz”, escribió.

Una manera de fomentar esa Paz que tal vez su invento había alterado. Julio Aro fue convocado al Servicio Militar como tantos otros jóvenes de la Argentina. Muy joven y con una preparación militar deficiente, fue enviado a una guerra. A un escenario de horror y muerte. A empuñar un arma y de ser necesario a cegar la vida de un británico en una lucha cuerpo a cuerpo. Largos años después regresó a las islas y en Darwin tuvo frente a sus ojos la placa que otros tantos ya habían visto: “Soldado argentino solo conocido por Dios”. Consideró que una forma de cerrar su historia y la de tantísimas familias era devolver la identidad de esos soldados. Que esas placas tengan su nombre y sus familiares puedan hacer el duelo. Lo consiguió. Fue su propósito. Fue su aporte de Paz a las secuelas de la guerra. Si se puede sumar otro detalle que engrandece aún más ese derrotero, es que no dudó en acudir a quienes en aquel conflicto bélico habían sido sus enemigos para que presten colaboración en esa misión. Julio Aro tuvo ese ambicioso sueño y no descansó hasta convertirlo en realidad. Transformó aquellas imágenes oscuras de la guerra en postales que entre silencio y lágrimas aportaban algunos rayos de luz que se colaban entre tanto desasosiego.

El mercedino dijo al enterarse de la nominación que ya había recibido un premio noble lleno de Paz que había sido el abrazo de las madres y familiares que pudieron estar frente a las tumbas de sus seres queridos que ahora tenían un nombre. Tal vez sea oportuno echar mano a un pasaje de aquella poesía del trovador en la Canción del Elegido. Tal vez comprendió que la guerra era la paz del futuro. Tal vez eso convierte a Julio Aro en un elegido.

Imagen ilustrativa: Infobae

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