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Repensando el significado de la vida

Escribe: Enrique L. De Rosa Alabaster Psiquiatra. sexólogo, neurólogo, médico legista

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Hace dos semanas, planteábamos en “Relato del Olvido”, como el olvido, síntoma cardinal de una patología, la demencia, en particular la de tipo Alzheimer, que de eso se trata, se instalaba, ya era parte de una sociedad que prefería no mirar a una parte de sí misma, desconociéndola, como si fuera ajena. Lo ajeno, es aquello que se desconoce que no es propio, y por ende puede representar un peligro. Lo enajenado, el enajenado, lo colocaba necesariamente en el lugar de la locura. Lo complejo, es que eso ajeno es parte de la misma sociedad, y esos mismos miembros de esa sociedad inevitablemente serán parte de esa población, que enajenan, si es que no han muerto antes.

¿Qué extraño dilema se establece cuando uno desconoce una parte de sí mismo? En muchos casos se trata de una patología psiquiátrica o más frecuentemente neuropsiquiátrica.

No sorprendentemente en este caso con cierta parte de la población mayor, la idea del olvido como pérdida de capacidad no la padece el olvidado sino el que olvida. Todos, individualmente diremos cosas que comenzaran frecuentemente con un “Yo”: ..pero yo no hago eso, yo honro a los mayores, yo…etc.

¿Qué hacemos, sin embargo, como sociedad? ¿Es otro el que lo hace o es la sociedad a la que pertenecemos? ¿Puedo ser considerado responsable o culpable de tal situación, o solo tengo el derecho de horrorizarme cuando la noticia sale a la luz? En general la respuesta es no “yo no soy, yo creo que hay que ocuparse de la gente mayor, vulnerable, yo hago…”.

De nuevo, ¿somos un todo o una colección de partes, una de las cuales al momento de pasar cierto tiempo puede ser descartada?

En el tiempo prolongado de cuarentena,(medida que sea dicho de paso, representaba 40 días, pero solo en la Venecia donde se había originado en el 1300), que iba a durar unos 15 días, ya llegando a los 50 casi, se conoce una noticia que remite a la ya repetida de Buenos Aires y otros lugares. Un geriátrico, nombre breve y cruel que refiere a donde están esperando los adultos mayores su destino, tiene un caso de persona infectada por ese virus. En realidad, una mujer de 86 años muere de insuficiencia respiratoria, y en razón de algunos elementos se activa un protocolo para CoVid-19 y da positivo. Allí verían posteriormente que inclusive los propietarios estaban infectados. En la Capital, en el Geriátrico que motivó la noticia, la séptima víctima mortal seria anunciada.

Si se activan protocolos, actuamos, hacemos, pero tristemente es posterior a que las cosas ocurran. La pregunta es porque ocurren. Simplemente esa parte de nuestra sociedad es olvidada, solo vuelve de ese exilio en la activación de ese protocolo, o en su muerte. En la excepción, no en la regla. La vida es riesgo es incertidumbre, es fragilidad dada por la propia existencia desde el momento mismo de la vida, pero no esto.

La Biblia se refiere bajo diferentes formas al “pecado” de omisión. El pecado etimológicamente es la comisión de una falta, tropezar, trasgredir una ley.

Pero quizás adonde nos dirigimos y de eso seguiremos hablando, es de una sociedad que ha perdido el sentido trascendente, y esto por fuera de cualquier religión, es un estado de conciencia, en el que la ley no existe y solo la establecemos nosotros, de la cual somos medida. Por lo tanto, no hay trasgresión, no hay pecado.

Pío XII decía sobre este estado de conciencia” El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado.”

¿Haremos alguna vez, lo que hay que hacer, en forma pero también en tiempo o seguiremos omitiendo y actuando por reacción para luego volver a olvidar?

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