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Roberto Leveau, el único tandilense de selección que vive en Mercedes

Surgió en el básquetbol de Santamarina y muy joven se radicó en Buenos Aires para comenzar una larga carrera que incluyó a Obras Sanitarias, títulos con Capital en el Campeonato Argentino y convocatorias al combinado nacional en la década del 70. Hoy desarrolla su profesión en Bienestar Mercedes.-

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FUENTE DIARIO EL ECO DE TANDIL

A pesar de haber dejado la ciudad con apenas 16 años y de llevar casi 40 residiendo en Mercedes, Roberto Leveau mantiene vivas sus raíces tandilenses. Se sorprende y se emociona cuando se le propone repasar su exitosa carrera en el básquetbol, integrando varios equipos destacados, entre ellos el seleccionado nacional de Mayores, un honor que ningún otro jugador nacido en Tandil pudo lograr.

Jugó hasta los 37 años, después de pasar por clubes como Boca, Obras Sanitarias y Vélez, y una vez retirado comenzó a estudiar kinesiología y osteopatía. Hoy, a punto de cumplir 67 años, ejerce su profesión y parece un mercedino más. Sin embargo, reconoce que su origen tandilense sigue pesando mucho. “Me puse de novio muy joven con la que actualmente es mi esposa. Ella es de Mercedes, se recibió de kinesióloga y comenzó a trabajar acá cuando todavía yo estaba en actividad. Pero después de un robo importante que tuve en un departamento en Buenos Aires, resolvimos mudarnos para buscar tranquilidad. Estoy muy bien, muy cómodo en Mercedes, me siento muy bien con la gente del lugar, pero las raíces indudablemente me siguen tirando. Cuando me llamaron para hacer una nota con El Eco me produjo una emoción importante. Porque es mi lugar de nacimiento y en el que comencé a dar mis primeros pasos. Y eso no hay forma de olvidarlo”, explica Leveau, y agrega: “Hay algo muy especial que se graba de chico y después se hace imborrable. Es difícil de explicar lo que genera mi ciudad de nacimiento. Vos me podés preguntar por un negocio en el centro de Mercedes y yo no te voy a saber decir donde está, pero si me preguntás donde estaba un negocio en el centro de Tandil, lo recuerdo perfectamente, y hace 50 años que no vivo ahí. Ese es solo un ejemplo. La emoción que me provoca cuando camino sus calles es inexplicable. Cada vez que vamos con mi esposa caminamos kilómetros y kilómetros reconociéndola, con un gran sentimiento de pertenencia”.

– ¿Dónde arrancó todo?

– Empecé a jugar en el club Santamarina. Vivía a la vuelta de la sede, así que estábamos todo el tiempo entre la Escuela 1, a la que iba después de haber hecho los primeros años en San José, y el club. Casi todos mis amigos jugaban al básquetbol, así que estábamos las tardes enteras tirando al aro. La cancha era hermosa, con una tribuna lateral muy grande. Cuando me entere lo que había pasado con ese lugar me quería morir. Una vez entré para ver la cancha, estaba idéntica, pero me dijeron que ahora pertenecía a la Universidad. Me dieron ganas de llorar. Que Santamarina haya perdido todas las instalaciones que tenía en esa época, que eran hermosas, propiedades de un valor económico altísimo, es increíble.

– ¿Llegaste a debutar en Primera?

– Si, a los 15 años. En las divisiones juveniles tuve a compañeros como Alfonso Carabetta, Daniel Capelutti y Víctor Rothstein. Y en la Primera había jugadores destacados como Ricardo Galotto, el “Chino” Almaraz o el “Negro” Cúccaro, que era como un ídolo para mí, porque era un pivote fuerte, muy competitivo. Y mi debut fue muy especial, porque me tocó jugar contra Independiente, en la cancha que tenían ellos en esos años, que era al aire libre. Eran unos partidos muy especiales, había una rivalidad muy fuerte. Pedro Suárez, que era el entrenador, me hizo entrar en los últimos minutos, creo que íbamos empatados en 57. Y cuando faltaban pocos segundos me dieron la pelota cerca de la mitad de la cancha, tiré y milagrosamente entró para ganar el partido. Así que mi primer partido en Primera fue inolvidable y bastante auspicioso.

– ¿Y cómo fue tu partida al básquetbol de Buenos Aires?

– En esos años el club era como nuestra casa. Estábamos todo el día ahí. En los carnavales había llegado un grupo musical para actuar, y había un moreno, Paul Da Cruz (el padre del famoso guitarrista Carlos García López) que me vio con mi altura y me preguntó si jugaba al básquet. Me dijo que era dirigente de Boca y que pronto iba a haber un cuadrangular, con Boca, River y equipos de Tandil. Yo apenas jugué un par de minutos, pero el técnico de Boca, que en esos años era Enrique Borda, un personaje muy exitoso del básquet, me ofreció hacer una prueba de una semana en Buenos Aires. Ahí empezó todo. Fui a hacer la prueba, quedaron conformes, y me ofrecieron quedarme a vivir allá. Yo tendría 16 años.

– ¿Cómo fueron esos primeros años lejos de Tandil?

– Muy duros en la parte afectiva. Me arrancaron de mi ciudad, de mi familia, de mis amigos. Si bien había un grupo muy lindo de chicos, con los que tengo relación hasta el día de hoy, fue muy difícil para mí. Vivía en una pensión solo, y la cosa afectiva directa hubo que elaborarla toda de nuevo a una edad muy difícil. Pero bueno, el deporte me llevaba mucho tiempo, me entusiasmaba, y eso me ayudó a amortiguar un poco todo eso.

-¿Tenías en mente ser profesional o fue más una aventura adolescente?

– La verdad, nunca me planteé el tema de ser profesional. Me gustaba mucho el básquetbol, jugaba, me sentía muy bien y buscaba permanentes desafíos. Eso era lo que realmente me gustaba. Pero nunca me sentí profesional del todo, porque siempre busqué trabajar en otras cosas. Lo tomaba como un juego, como una diversión y a la vez como un desafío que me hacía muy bien. Nunca pude jugar al básquet y nada más. No lo tomé como una forma de vida, a pesar de que en un momento gané buen dinero. No era tan importante lo que ganaba, me gustaba mucho el juego.

Su etapa en el seleccionado

Sus 2,05 de altura no pasaron desapercibidos en el básquetbol porteño. No era una altura común para una época en la que no sobraba tamaño, sobre todo a nivel internacional. Era un pivote rebotero y buen defensor, que le aportaba mucho al equipo con su entendimiento del juego, y eso le valió varias convocatorias al seleccionado de Capital, y al combinado nacional. “En 1977, Heriberto Schonwies me convocó para el seleccionado que jugó el Sudamericano en Valdivia, en Chile. Terminamos terceros, detrás de Brasil y Uruguay, con un equipo que tenía a jugadores como Eduardo Cadillac y “Finito” Ghermann. Después jugué el Panamericano de 1979, en San Juan de Puerto Rico, ya con un equipo más completo, que tenía a Raffaelli, Cortijo, Perazzo y Luis González. Terminamos sextos. Ese mismo año jugamos el torneo Intercontinental, en Obras, que era una competencia con cinco seleccionados de Sudamérica y cinco de Europa. Ahí le ganamos en el último segundo a la Unión Soviética con un doble de Pagella. Ellos tenían al famoso Tatchenko, un gigante que medía 2.20 y pesaba 150 kilos, una bestia

– También jugaste varios Campeonatos Argentinos.

En aquellos años el torneo estaba decayendo un poco. Me citaron a varios seleccionados, pero solo jugué tres Argentinos. En el 79 salimos campeones en Bahía Blanca, que era una plaza muy fuerte. Fue una experiencia increíble por todo lo que significó superar de local a un equipo lleno de figuras como la selección de Provincia. Al año siguiente también salimos campeones en Rosario. Y en el 78 integré el equipo que quedó segundo, detrás de Tucumán, que fue local.

– ¿En qué clubes jugaste en esos años?

– En Boca estuve en dos etapas, la primera del 70 al 76. Después pasé a Obras y en el 78 jugué en Defensores de Santos Lugares. Volví a Boca y estuve hasta el 83, y después, con el comienzo de la Liga Nacional, jugué en Vélez, hasta mi retiro en 1988.

– ¿Qué significó la llegada de la Liga Nacional?

– Antes de la Liga todo se concentraba en Buenos Aires, aunque también había buenos equipos, como en Bahía con el famoso trío Cabrera, De Lizazo y Fruet. Pero la mayoría de los grandes jugadores estaban en Capital, y tuve la suerte de jugar con todos ellos y de enfrentar a los mejores equipos del mundo en aquellos años. Después cambió todo. Se federalizó el deporte, se desarrolló en gran parte del país y se abrieron oportunidades para jugadores, técnicos, árbitros y dirigentes. El básquetbol, que estaba encorsetado, se abrió y explotó. La “Generación Dorada” fue el exponente máximo y ahora están los chicos nuevos, que si bien están todos jugando afuera, tienen su raíz acá y tienen a fenómenos como Campazzo.

– ¿Qué recuerdos tenés de su gestación?

Arrancó todo con Najnudel, que fue el precursor. Había dirigido en Europa, había visto cómo funcionaba una liga. Si bien la gran preocupación era el tamaño del país, porque había muchos kilómetros para recorrer, muchos viajes y costos, en cuanto a concepto de crecimiento deportivo generalizado, fue incuestionable.

Najnudel fue importante en toda mi carrera deportiva. Le decíamos Topper. Formaba una dupla increíble con Luis Bonini y a ellos se sumaba en Ferro, Timoteo Griguol, que tomaba siempre cosas del basquetbol para aplicarlas al fútbol. Eran apasionados del deporte en general. Bonini después se volcó más al fútbol y llegó a trabajar con Bielsa. Pero era un líder y una pieza muy importante en todos los grupos.

El básquetbol, una pasión que revivió

Después de dejar la práctica activa, a los 37 años, Leveau se alejó del básquetbol. Pero muchos años después, de manera fortuita, alguien le removió sus sentimientos hacia el deporte, y hoy, a pocos días de cumplir 67, lo sigue practicando en la categoría Maxi.

“Fue increíble, porque en mi etapa de estudio, que duró casi 20 años, había dejado de jugar. Por varios motivos. No es que no me gustara, es que mi etapa competitiva fue muy intensa, jugábamos más de 100 partidos por año y el cuerpo me había quedado molido. Dejé de jugar, pero no de hacer actividad física. Jugué tenis, al golf, hice equitación, pero básquet, nunca más. Pero un día me visitó una persona que proveía equipos de kinesiología y me contó que jugaba en un equipo de Maxi Basquet, en San Martín. Me invitó a jugar y yo le dije que no, que hacía muchos años que no pisaba una cancha. Entonces me contó que el técnico del equipo, que se llama Tres de Febrero, era Heriberto Schonwies, un prócer del básquetbol argentino, que había sido técnico mío en Obras y en la Selección. Al otro día, con 57 años, estaba con el bolsito en el club listo para jugar.

– Fue un nuevo comienzo.

– Totalmente. Y arranqué a jugar más por una cuestión sentimental. Aparecieron varias sensaciones que tenía olvidadas, y no paré más. Sigo jugando hoy, con casi 67 años. La Federación de Maxibasquet de Buenos Aies tiene muchos equipos. Estuve jugando en Tres de Febrero, y este año voy a sumarme a un equipo de Mercedes, pero con chicos mucho más jóvenes, de 40 y pico. Voy a tener de compañero a otro tandilense, Matías Zumpano, que fue jugador de Independiente y hace mucho tiempo que está radicado en Mercedes.

-¿Seguís en contacto con ex compañeros?

– En los últimos años, en la gente de mi edad se ha dado como un reencuentro con las redes sociales. Estamos en contacto con mis ex compañeros de Obras por whatsapp y nos mantenemos al día. Nos juntamos de vez en cuando con un grupo como unas 30 personas, entre las que están Cadillac, Raffaelli, Pellandini, Perazzo, Martin, Becerra, Camisassa. Semanalmente nos conectamos y hablamos por zoom.

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